Creo en el Dios del Universo, en la Chispa Divina dentro de cada ser, inmerso en la Naturaleza, presente en aquello que llamamos malo o bueno.
Creo en un Dios de Amor y de Verdad, no en un Dios castigador, en un Dios que está vivo y realmente omnipresente, no en aquel dios que está presente solamente en los púlpitos de las iglesias o en los altares.
Creo en un Dios quien me mira en la calle hambriento pues sus “amos” lo echaron, en un Dios presente en quien realmente necesita mi ayuda, en quien me brinda una ayuda sin que la pida, en quien te rechaza porque no eres el estándar de “buena persona”, en quien te da la mano sin conocerte nada o casi nada.
Creo en un Dios a quien puedes llamar mamá, papá, hermanos, “mascotas”, familia, amigos, en un Dios sabio y justo, aunque no sea de acuerdo a lo que pensamos deba ser justo.
Creo en un Dios que nos brinda su calor al amanecer y su tenue luz nocturna, que sonoro se presenta en un trueno, en el rugido de las aguas al caer desde lo alto, en la calma del mar, en la destrucción de un terremoto, en lo grandioso de un nuevo nacimiento.
Creo en un Dios que más que un mago para arreglar todo lo “malo” que hay en el mundo, es un Dios que nos muestra cada día como mejorar como seres humanos y trascender hasta una existencia Divina.
No creo en un Dios vengativo ni iracundo sino en un Dios compasivo y amoroso.
Creo en un Dios presente en cada rincón del Cosmos.
Creo en aquel Dios que llamamos Jesús, el Cristo, Alá, Mahoma, Jehová, Yavé, Zoroastro, Krishna, Rama, Sai Baba.
Creo en un Dios que está dentro de ti, dentro de mí.
Creo en un Dios que no tiene nombre, pero a quien le pertenecen todos los nombres, quien no tiene forma pero que lo puedes representar en cualquier forma, que no es humano si no Divino.
No el que las religiones han creado para su lucro y sometimiento de SUS seguidores.
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Porque salud necesitamos todos… Marcos Vélez
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